Las calles de San Telmo ennegrecen
conforme nuestro paso avanza y se desplaza inocentemente sobre ellas. El
empedrado parduzco trasmuta en tonos de dudoso gris, bajo el humo y las motas
de polvo eyaculado por nubes de cigarros, tubos de autos fugaces y zapatos
sucios. Las calles ennegrecen, y ¿quién se preocupa por ellas? ¿Alguien las
limpia? O esperan que un chorro de lodo y agua escurra a través de tejados y
cañerías embalsamadas con cadáveres, y que alguna que otra llovizna pasajera
sobre la ciudad las enjuague, les devuelva un poco el brillo que lucían
soberbiamente en 1800. Mientras, la gente sólo camina; son turistas o empresarios, y
hombres apurados caminando apurados, viviendo apurados. El polvo del empedrado
también es por ellos, ya fantasmas, ya muertos, ya enterrados, caminando como
cenizas.
– 1/12/17
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